—Yo también oigo la voz —susurró Damián con palabras entrecortadas por el miedo.
Apagaron la linterna y se acercaron con sigilo al punto donde conectaban ambos tramos. La cueva se mostraba más alta y amplia. Una figura opalescente sentada en la mitad del lugar les daba la espalda. La visión de ese ser paralizó a los chicos.